Las letras estaban desperdigadas en un círculo alrededor de la copa que tanto conocíamos. Siempre éramos los mismos, tratábamos de mantener nuestro grupo cerrado. No queríamos gente escéptica, que no creyera, que espantara a los espíritus o se sintieran espantados por ellos. Nada nos aburría más que ese tipo de personas que se enorgullecían de “no creer en nada”, llamados
Más allá